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Sarah Ferguson: “Soy gorda, fea y desagradable”


Sarah Margaret Ferguson nació el 15 de octubre de 1959 en Londres. Emparentada con la realeza gracias a viejos ancestros, la niña creció rodeada de aristócratas: su padre, el mayor Ronald Ferguson, era instructor de polo del príncipe Carlos. “Mientras él daba lecciones, yo jugaba a la pinta con otros chiquillos de mi edad, entre ellos el príncipe Andrés”, rememora.
En su temprana adolescencia, fue inscrita en un exclusivo internado de danza clásica. La pelirroja detestaba la rígida disciplina impuesta por sus maestras, tanto que todas las noches se quedaba dormida llorando. La mala racha continuó en 1972 cuando sus padres decidieron divorciarse: mamá Susan se mudó a Argentina para casarse de nuevo; papá Ronald pronto también volvió a contraer nupcias. La chiquilla optó por quedarse con él en Londres.
A fines de los setenta, Sarah egresó de una prestigiosa escuela comercial londinense. Con su título de secretaria en mano, trabajó como relacionadora pública de una galería de arte y cumplió labores administrativas en una editorial: según su autobiografía, durante esos años apenas podía llegar a fin de mes. Pese a su austeridad, se las arreglaba para codearse con el jet set en opulentas fiestas y consta que cada temporada tomaba largas vacaciones en centros de esquí suizos. Su novio en esa época era Paddy McNally, millonario piloto de carreras dos décadas mayor que ella.
En 1985 la pecosa fue invitada a un evento ecuestre en el Castillo de Windsor. Lady Di -vieja conocida de los Ferguson- le presentó a su discreto cuñado Andrés, entonces el soltero más codiciado de las islas británicas. Según crónicas palaciegas, el flechazo de los antiguos compañeros de juego fue mutuo y sólo tomarían meses antes de que fuera anunciado su compromiso. La fastuosa boda tuvo lugar el 23 de julio de 1986 en la Abadía de Westminster. “Lo amaba tanto que no dudé jamás en caminar por ese pasillo… Mi vida estaría expuesta para siempre a los ojos del mundo, pero sabía que él -mi niño, mi príncipe- valía la pena”, ha confesado Sarah.
La prensa rosa calificaba a la simpática duquesa de York como una versión desmejorada y cachetona de Diana. Su buen humor resultaba agradable, pero por misterios inescrutables su popularidad cayó en picada demasiado pronto. Opacada por su radiante concuñada, Su Majestad Sarah se convirtió en carne de cañón para los crueles tabloides británicos. Una personalidad algo simplona, su ropa corriente y esos cargantes kilos extra disgustaban a los idólatras del glamour. A comienzos de los noventa Fergie era la bufona oficial de palacio; “La Cerda Pecosa” era el apodo más cariñoso de los opinólogos. Para complicar las cosas, tras dar a luz a las princesas Beatriz (1988) y Eugenia (1990) su matrimonio entró en coma.
Quebrada
En promedio, Sarah veía al príncipe Andrés apenas cuarenta días al año. Por motivos de seguridad, no se le permitía acompañarlo en sus labores en la Marina real.
Triste y solitaria, encontró refugio en su tarjeta bancaria. Compró ropa y joyas hasta acumular una deuda impagable de varias miles de libras. Todas las ganancias de su popular libro infantil “Budgie, el Pequeño Helicóptero” sirvieron para amortizar la copada línea de crédito. A nivel extraoficial se supo que la reina Isabel echó mano a la caja chica para que su nuera saliera de la bancarrota.
En 1992, sin mayores ceremonias, el Palacio de Buckingham confirmó que los duques de York se separaban en forma amistosa (aunque no hubo indicios de mudanza). Sarah, acostumbrada a los lujos, siguió gastando por sobre su presupuesto y debió trabajar duro para salir de una nueva crisis. Escribió más libros, firmó columnas en periódicos, grabó comerciales de perfumes y fue anfitriona de programas de radio y televisión en EE.UU.: este nuevo estatus de mujer independiente por fin le brindó algún respeto en su país. Incluso los cronistas palaciegos se ahorraron el sarcasmo cuando Fergie asumió la vocería de una campaña internacional contra la obesidad infantil.
Su imagen se fue de nuevo al suelo al divulgarse rumores sobre sus supuestos amoríos con un par de amigos íntimos. La duquesa -aún formalmente casada- lo negó todo hasta que apareció una indiscreta foto que la mostraba en topless mientras su asesor financiero John Bryan le lamía un dedo del pie.
Tras la muerte de Lady Di, vino un mea culpa de la prensa amarilla respecto a su perpetuo maltrato a la monarquía y Sarah Ferguson salió beneficiada.
Hoy, es considerada una eficaz recaudadora de fondos para causas sociales. Trabaja con alrededor de una docena de organizaciones de caridad y dirige una fundación solidaria para niños en riesgo del Tercer Mundo. A sus 48 años luce radiante y ha logrado por fin que su vida íntima exista fuera del alcance de los chismosos. Publica un promedio de dos libros anuales y presta su nombre a joyas, fragancias y líneas de vestuario. Su relación con el príncipe Andrés es cordial y sus hijas la adoran; incluso su familia política la trata con cariño y es frecuente invitada a eventos protocolares en su calidad de madre devota de dos princesas. ¿Tiene novio? Nadie lo sabe a ciencia cierta.
Sus declaraciones de esta semana hay que tomarlas dentro de ese contexto. Humilde, en una entrevista para un reality show desnudó todas las inseguridades que ha criado respecto a su físico. “Cada minuto del día siento que soy gorda, fea y desagradable… Creo que no valgo la pena, que no le podría gustar a nadie”, reveló con genuina angustia. Un productor de la cadena ITV ha explicado que esa confesión inicial demostraba que hasta una figura pública puede sufrir por su peso.
En el resto del programa, Sarah lucía bastante más segura de sí misma mientras le entregaba consejos de dieta sana a una familia obesa de clase baja. Luego de la transmisión, Fergie admitió haberse sentido mortificada al verse tan vulnerable en pantalla, aunque recuperó el ánimo al comprobar que sus palabras encajaban con el sentido didáctico del show.

Aprovechando la oportunidad, Sarah se sacó una espina que tal vez tenía clavada desde hace tiempo. Amable, les pidió a los periodistas que dejaran de hostigar a su hija Beatriz. A sus 19 años, la muchacha luce una barriga algo suelta y los patrones del buen gusto han vuelto a la carga contra el sobrepeso de la familia Ferguson. En un mundo que adora lo políticamente correcto, burlarse de los gordos aún es tolerable: Fergie no quiere que su hija pase por su mismo calvario.

LUN


Domingo 18 de Mayo de 2008